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Balneário Camboriú, un clásico que no pierde vigencia

En pleno verano, las playas de Camboriú son trilingües: el portugués nativo compite mano a mano con el castellano de los viajeros argentinos, y cada vez que hace falta se instala un cómodo “portuñol”. La situación se repite al pedir una cerveza bien helada, un agua de coco o una porción de churros; un hábito tan consolidado que los puestitos están separados por no más de 20 metros en las playas céntricas… y en todos hay gente.

El balneario, un clásico de los ’90, está radiante: creció tanto en los últimos años, de la mano de un boom inmobiliario sin precedentes, que se ganó el apodo de “la Dubái de Brasil”. Cuando se sube al mirador del Parque Unipraias, el fenómeno es visible: la franja de tierra que se abre paso entre el río Camboriú y el Atlántico es estrecha y desborda de rascacielos, incluyendo los 177 metros de la torre más alta de Brasil. Muchos son hoteles; otros, edificios de departamentos –algunos, en alquiler para el verano–; y otros, de los residentes permanentes (además de visitantes ilustres como Sharon Stone o las estrellas de fútbol que pueden permitirse estos alojamientos con vista privilegiada hacia uno de los más bellos litorales del Atlántico).

Además de tener un centro urbano impecable, una movida nocturna envidiable y un nivel de seguridad que bien quisieran otras ciudades brasileñas, Camboriú tiene una naturaleza exuberante que hace vaivén entre la selva y la playa.

Al borde del mar

Balneário Camboriú tiene muchas playas para elegir. Las céntricas son las que se asoman a la avenida Atlántica, paralela a la comercial avenida Brasil, donde se concentra gran parte de los negocios. Tienen la ventaja de la cercanía y servicios de todo tipo, pero a media tarde ya comienzan a recibir la sombra de las grandes torres del centro.

Se puede elegir entonces la recorrida de la Rodovia Interpraias –o Línea de Acceso a Playas (LAPE) – que une a lo largo de 14 kilómetros varias arenas de muy distinto carácter. Desde el borde mismo de la ruta es posible asomarse y verlas para elegir. El recorrido comienza en Estaleirinho y sigue en Estaleiro –más ancha y prolongada, también escogida por los pescadores para probar suerte en una zona de piedras– y Praia do Pinho, donde se practica naturismo. A continuación vienen Taquaras, una playa de aguas calmas pero profundas, y Taquarinhas, muy tranquila salvo en los días de más alta temporada. La playa final de la Rodovia es precisamente Laranjeiras, donde está una de las estaciones del bondinho y donde el parador Sabores de Mar ofrece uno de los mejores altos para tomar una cerveza y comer mariscos al borde de la arena, mirando llegar los “barcos piratas” antes de alcanzar el objetivo de todo verano: un buen chapuzón en el mar.

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