Una noche que duró tres años. En 2015 Fito Páez visitó el Centro de Integración Monteagudo, en Parque Patricios, Ciudad de Buenos Aires, un refugio para la gente que no tiene a nadie. Allí fue a cantar con su piano, para una platea compuesta por personas en situación de calle, donde se les da techo, comida y asistencia psicológica. Un cartel escrito con dolor que decía “La calle no es un buen lugar para vivir, mucho menos para morir” fue el detonante para el nacimiento de “La Ciudad Liberada”, una canción que a la postre también le daría título al nuevo disco del rosarino, editado en 2017. El concepto no quedó solo en una frase bonita que inspiró una canción. Evidentemente a Páez esa visita al Monteagudo lo excedió, y a todas esas emociones las transformó en su álbum más contundente desde Circo beat (1994). Es que para cuando Fito ingresó por primera vez al refugio, su carrera había entrado en una vóragine de discos tibios, incoloros, en ese lustro previo en el que editó Confiá (2010), Canciones para aliens (2011), El sacrificio, Dreaming Rosario y Yo te amo (todos de 2013), Rock and Roll Revolution (2014) y Locura total (2015). Entonces, como si fuera una especie de demoníaco pacto consigo mismo, Páez salió de allí con el tiempo detenido en sus manos. Eso se sintió también anoche en el escenario del Luna Park.
La intro de “Ciudad de pobres corazones” decanta en “La ciudad liberada” y pone en perspectiva 30 años de su vida, desde ese puñado de canciones llenas de dolor por el brutal asesinato de su abuela y su tía hasta esta última, donde pide que a los pibes no les metan más balas. Algo que podría sonar contradictorio en cualquier otro artista en él no resiste análisis: Fito Páez está hecho de plomo. El altruísmo es el metamensaje que domina su nueva obra, entonces en ese plan entra “Aleluya al Sol”, una sagaz lectura de época en las que las banderas feministas están enarboladas en lo más alto, igual que los pañuelos verdes que piden por el aborto seguro, gratuito y legal en las muñecas de las mujeres que cantan fuerte “que no haya ni una menos”. Y su compromiso con la causa no termina allí, ya que para estas fechas en el Luna Park el músico pidió que los asistentes lleven donaciones no sólo para el Monteagudo sino también para el Centro de Integración Frida, un espacio similar destinado a mujeres en situación de vulnerabilidad social. Inmediatamente pega con “Wo Wo Wo”, esa composición en la que otra vez aparece, por duplicado, la generosidad del rosarino. Primero porque compartió los créditos del track con Pity Álvarez, luego de que, según él, el de Villa Lugano le dicte una melodía entre sueños: “Pity puesto Rey de Corazones va dictándome canciones que atraviesan dimensiones hasta el centro del amor”. Y luego por el espacio que le da a Fabiana Cantilo, a quien presenta como “nuestra eterna princesa cósmica”. En esta ocasión el tiempo parece detenerse en una relación de amor (de pareja primero y de amistad después) que dura ya 35 años. No importa que arriba en las pantallas Fito se bese apasionadamente con Eugenia Kolodziej, su novia de 27, la que canta “Tu vida mi vida” abajo con él, para toda esta gente, es Fabi.
Si de relaciones hablamos es necesario volver sobre Buenos Aires y el rosarino. ¿Cuántas de sus canciones están dedicadas expresa o implícitamente a la Reina del Plata? Con el correr de los años el músico fue afinando el lápiz, calmando sus formas y encontrando las palabras justas para describir lo que siente por los porteños. Así pasó de declarar que le daba asco la mitad de la ciudad cuando Mauricio Macri fue reelegido por el 64% de los votos como Jefe de Gobierno en 2011, a cantar “Yo soy más fuerte de lo que pensabas, y vos seguís con tu corrección política. Somos la banda que cuida a las chicas, de los ataques de los gorilas”. Las chicas también son Cantilo y Julieta Rada, quienes se lucen a su lado en “Dos días en la vida” donde juegan a ser Thelma y Louise agarradas de las manos y enfrentando a tiros a los hombres malos. Precisamente Rada junto al pirotécnico guitarrista Juani Agüero son las brillantes incorporaciones a la “banda amateur” que encontró Páez con el preciso baterista Gastón Baremberg; el bajista, tecladista y director musical Diego Olivero y el tecladista y guitarrista Juan Absatz. El Fito altruista vuelve a corporizarse cuando presenta con loas a Coki Debernardi: “Es uno de los artistas más grandes de nuestro país, una gema escondida”, exagera y sale del escenario, prestandole a su coterranéo la banda para tocar “Medallita”. Un gesto que recordó a los días en que Juan Carlos Baglietto y Charly García hicieron (cada uno a su manera) lo mismo con él. Coki se queda para “Polaroid de locura ordinaria” y se va antes de una ráfaga de La Ciudad Liberada: la cruda “Navidad Negra”, la angelada “Plegaria”, la ácida “Se terminó” (con el detalle de que Fabi Cantilo, la prima de la Ministra de Seguridad Patricia Bullrich, mete coros entre frases del tipo “cambiar por cambiar nomás no resultó”) y la instrumental “5778”, en la que Fito ofició de director de orquesta en un delicado duelo de teclados entre Olivero y Absatz.
“Que alucinante man”, lanza eufórico entre “Tumbas de la gloria” (que lo agarra vestido con una campera de cuero similar a la del video filmado en 1993) y la exquisita “La Mujer Torso y el Hombre Cola de Ameba”, una historia de amor posmoderna en la que pone a prueba su gran momento vocal. ¿Será el pacto otra vez? ¿O solo que está hecho de plomo? La Ciudad Liberada se retira con “Islamabad”, una versión actualizada de “Tráfico por Katmandú”, en la que el rosarino se ve rodeado de seis figuras femeninas ataviadas con burkas, esa vestimenta obligatoria para las mujeres en algunos países de Medio Oriente, que impide que se vea otra parte del cuerpo que no sean los ojos. En el climax de la canción, los trajes vuelan y la liberación sexual se hace presente en esos cuerpos andróginos semidesnudos. “Gracias chicas, chicos, lo que sean. Gracias”, lxs saluda Fito. Se acerca el final. “Circo Beat” y “Brillante sobre el mic” le dan paso, ahora sí, a “Ciudad de pobres corazones” y de alguna manera cerrar el círculo conceptual del show antes de los bises. “A rodar mi vida” fue el entremés antes del momento más mágico de la noche. La banda se retira y Fito vuelve solo con una idea entre manos. Inspirado por lo que sucedió cuando cantó “La Mujer Torso y el Hombre Cola de Ameba”, propone a los espectadores que lo acompañen en un deseo: cantar a capela (¡sin micrófono!) “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. El estadio enmudece cómplice durante los tres minutos del tema y estalla en un estruendoso y energético aplauso. ¿Puede haber más de un artista después de semejante acto de entrega vocal? Para esta versión de Fito sí, y más si lo que va a sonar es “Dar es dar”, el himno que lleva al altruísmo como bandera. “Gracias por dejarme vivir en sus corazones hasta el día de hoy, es uno de los valores más preciados de mi vida”, sentencia después de “Mariposa Tecnicolor”. La filantropía y el porteñismo protagonizan también los bises finales, del “Es lo único que te pido al menos hoy” y “Que si me das alegría estoy mejor” de “Y dale alegría a mi corazón” al “Ey que te pasa, Buenos Aires, es con vos” de “El diablo en tu corazón”. Al final ambos conceptos explicítamente sellaron todo todo con un beso, el del frágil anciano en situación de calle y la decidida mujer embarazada, último de la cadena que cierra el video de la canción, esa en la que en 2000 Fito reprodujo el clima de una época que no dista mucho de ésta, en la que seguimos queriendo que el amor venza al odio. Buenas noches Buenos Aires, la ciudad liberada