El show ni siquiera había empezado, pero los cuatro integrantes de Arbol ya estaban abrazados de cara al público, con gesto de sorpresa y felicidad, mientras la gente coreaba el nombre de la banda en el cierre de una nueva jornada del festival Ciudad Emergente con base en La Usina del Arte. “¡¿Están listos?!”, gritaba segundos después Pablo Romero, antes de arrancar con “Tiembla el piso”, un rapcore machacante pero algo inofensivo con el que el grupo de Haedo hizo oficial su regreso a la actividad después de siete años de silencio.
Vestidos completamente de blanco, la formación de Arbol, todavía sin la presencia de Eduardo Schmidt -con Romero en guitarra y voz, Martín Millán en batería, Sebastián Bianchini en bajo, y Hernán Bruckner en guitarra-, funcionó como un power trío mutante, por momentos a dos guitarras, calibrado a mitad de camino entre el hardcore y el pop de carrusel. Entre la esquizofrénica “Soy vos”, cantada por Bianchini, y “La nena monstruo”, mezcla de cumbia y tarantela, poco a poco el grupo empezó a desandar su catálogo de éxitos: “Pequeños sueños”, “Trenes, camiones y tractores” y “Ya lo sabemos”, mostraron la vigencia de los hits consumados, piezas que hicieron de Arbol una de las bandas argentinas de mayor rotación durante la primera década del siglo XXI.
Aunque las canciones “De arriba de abajo” y “Suerte” van del rapcore al punk, y tienen lapsos de distorsión espesa, el grupo nunca dejó sonar amistoso y definitivamente ATP desde el tono amable de Romero, un frontman saltarín y risueño, con dotes de clown. “Gracias por esperarnos, los amamos mucho”, dijo el cantante antes de “Revoloteando”, uno de los últimos éxitos del grupo, que lo tiene a Bruckner en teclados, dotando a la canción de ese gratinado plástico y brilloso que definió la fase final del grupo. “El fantasma”, en lo más alto de la lista, sigue sonando entradora y sensible en la voz algo gastada de Romero y en las melodías voladoras que dibuja la flauta melódica.
“Quiero solidarizarme con mis amigos de México, donde vivo desde hace años. Fuerza amigos”, dijo Pablo Romero ya sobre los bises, antes de una catártica versión de “La vida”. Después, el grupo viajó hacia su kilómetro cero para tocar “Jardín frenético”, canción que le da nombre a su primer disco, y “Cosacuosa”, pieza de hardcore que exhibe la pulsión inicial de la banda, explosiva y arengadora. Bajo una noche fría y húmeda, Arbol estaba concretando un regreso breve e inesperado, pero efectivo. “¡Ya nos vamos a ver pronto!”, avisó Romero con la cara encendida, antes de despedirse.