El 3 de julio se cumplió 45 años de la muerte de Jim Morrison, cantante de la banda The Doors. Pertenece al tristemente célebre “Club de los 27”, en el que están Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain, Amy Winehouse y nuestro aporte local, Rodrigo Bueno. Todos murieron antes de los 30 años.
Se cumplieron 45 años desde que, en un cementerio de París, empezaron a peregrinar un montón de fanáticos para encontrar un busto y una lápida, bajo los cuales descansa un enorme signo de pregunta. A pesar de que en ese camposanto están los huesos de varios nombres para poner en negrita, la tumba que más visitantes congrega todos los años no es la de Honoré de Balzac, ni la de Chopin, ni la de Oscar Wilde: los caminantes recorren el laberinto de muertos hasta dar con Jim Morrison, líder de la banda The Doors.
Pasó casi medio siglo de aquella jornada en la década de 1970 en la que el alma del “Rey lagarto” desapareció de la faz de la Tierra para dejar en su lugar un cadáver bonito, digno integrante del tristemente célebre “Club de los 27”, en el que están Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain, Amy Winehouse y nuestro aporte local, Rodrigo Bueno. Todos clavaron la pala antes de soplar los 30 años en la torta.
Cambio de piel
Morrison llegó a París tras atravesar un período intenso en el que había pasado de ser un ignoto estudiante de cine a convertirse en un sex symbol mundial como líder de una de las bandas de rock más importantes del cambio de década entre 1960 y 1970. A su arribo a Europa, arrastraba una lista interesante de vicios, entre los que figuraban principalmente el alcohol. En menos de un lustro, al joven lampiño que andaba en patas por una playa de Venice, donde sellaría el pacto musical que originaría a The Doors, le pasó factura la balanza, el descontrol y la efervescencia de la fama. Radicarse en París tenía que ver, según biógrafos y compañeros de la banda, con volverse anónimo, colgar las botas de rockstar y dedicarse a la escritura.
En ese proceso se hallaba junto a su novia, cuando, según la versión oficial (que no viene con autopsia que certifique nada), una mezcla de heroína aspirada y poca tolerancia física para esa droga, lo pasó para la otra vereda antes de que pudiera salirse de la bañera. Pamela Courson alegó que “Jimbo” dejó el mundo con una sonrisa. Pero no hubo oportunidad de ampliar esa información ya que la eterna novia del rey también pasaría a mejor vida dos años después, por similares razones.
Puro rock
Las anécdotas en torno al cantante son tantas y tan jugosas que resultaron irresistibles para biógrafos y periodistas especializados quienes, tras aquietarse las aguas de los años de paz y amor, comenzaron a ver en retrospectiva que se les había escapado una tortuga gigante por entre los zapatos: además de ser un digno representante de la comunión del rock y la psicodelia, el prontuario de Morrison superaba con creces los antecedentes de los músicos de la época. El muchacho de Melbourne, Estados Unidos, fue el primer músico arrestado en un escenario, le levantaron cargos también por exhibiciones obscenas (se dice que mostró el miembro en un recital, aunque las aguas están divididas entre quienes dicen que sólo fue un dedo asomando del pantalón), chocó autos, barreras sociales y dejó patas arriba el conservadurismo de Estados Unidos poniendo en sus letras que quería matar a su padre y copular con su progenitora (en un guiño con la leyenda de Edipo).
Pero estas aventuras a veces encandilan y no dejan destacar que Jim Morrison fue un tremendo artista que dejó una huella profunda en la historia de la música. Hoy sus fotos son íconos, sus canciones son himnos entrañables de locuras romántico-lisérgicas, y su partida una tristeza para la peregrinación que lo busca en el cementerio del Père Lachaise. La leyenda sigue latente. ¿Murió realmente? ¿En esas circunstancias? La respuesta, a esta altura, no tiene importancia. Hace 45 años que sus seguidores agradecen la sensualidad del misterio y el legado imborrable.